Guion "La lección"- Obra de teatro
LA LECCIÓN de Eugène Ionesco
LA LECCIÓN de Eugène Ionesco
Una alumna se prepara para un doctorado y recurre a las clases particulares de un profesor ya anciano. Durante esa clase, los vínculos entre una y otro se irán degenerando y violentando hasta llegar a un final extremo. La obra presenta una serie de rasgos que evidencian un clima social vinculado con la situación de angustia que se vivía en Europa después de la Segunda Guerra.
(Entra la MUCAMA, vestida con un uniforme sencillo. Lleva puestos unos auriculares grandes, y en una mano sostiene una escoba. Está bailando mientras barre, completamente absorta en la música, moviéndose de un lado a otro con entusiasmo y sin notar nada a su alrededor).
(Se dirige al escenario, barriendo con más entusiasmo y preparando la clase para la lección del día).
(Suena el timbre, pero la MUCAMA no lo escucha, por lo que suena varias veces hasta que se da cuenta)
La sirvienta- Sí, ya voy! (Va a la puerta y abre) Hola!
LA ALUMNA. — Buenasss. ¿El profesor está?
LA SIRVIENTA. — ¿Es para la lección?
LA ALUMNA. — Sisi.
LA SIRVIENTA. — Está resolviendo unas cosas, ya viene.
LA ALUMNA. — Dale no hay problema, lo espero
LA SIRVIENTA. — Tome asiento en lo que lo llamó.
Se sienta junto a la mesa, de cara al público; a su izquierda queda la puerta de entrada; ella da la espalda a la otra puerta, por la que siempre, apresuradamente, sale LA SIRVIENTA.
LA SIRVIENTA (Sube escaleras, hacer sonido) — Señor, haga el favor de bajar. Ha llegado su alumna.
VOZ DEL PROFESOR (un poco alfeñicada). — Gracias. Ya bajo... deme dos minutos.
La alumna espera, observa el ambiente y piensa si gritar o no para que el profesor la escuche y se apure. Lo piensa mucho y decide gritar.
LA ALUMNA: Uy no viene mas, y si grito? No, no grito. Bueno, si, grito (Grita) y se sienta rápidamente
El profesor baja de las escaleras (ruido) asustado y entra en escena.
EL PROFESOR (asustado) - ¿Qué pasó?
LA ALUMNA. - Acá nada, grito alguien de afuera creo
EL PROFESOR: -Ah, okey, está bien. Usted es la nueva alumna?
LA ALUMNA se levanta, avanza hacia el PROFESOR y le tiende la mano). — Sí, Buenos días, señor. Como ve, llegue a horario. No quise retrasarme.
EL PROFESOR. — Está bien, señorita. Gracias, pero no tenía por que apresurarse. Me disculpo por haberla hecho esperar... Terminaba justo de..... bueno no importa... perdóneme.
LA ALUMNA. — No es necesario, señor. No hay nada de malo en eso.
EL PROFESOR. — Mis mas sinceras disculpas… Tome asiento ¿Le resulto difícil encontrar la casa?
LA ALUMNA. (Se va a sentar) — En absoluto. Además pregunté y aquí todos lo conocen.
EL PROFESOR. — He vivido en esta ciudad durante treinta años. Usted no lleva aquí tanto tiempo. ¿Qué le parece?
LA ALUMNA. — No me desagrada ni mucho menos. Es una ciudad linda, agradable, con un hermoso parque, un colegio, un obispo, buenas tiendas, calles, avenidas...
EL PROFESOR. — Así es, señorita. Sin embargo, preferiría vivir en otra parte: en París, o por lo menos en Burdeos.
LA ALUMNA. — ¿Le gusta Burdeos?
EL PROFESOR. — No lo sé. No lo conozco.
LA ALUMNA. — ¿Pero conoce París?
EL PROFESOR. — Tampoco, señorita, pero, si usted me permite, ¿podría decirme si París es la capital de...
LA ALUMNA (busca durante un instante y luego contesta, feliz por saberlo). — París es la capital... de Francia...
EL PROFESOR. — perfecto, señorita. ¡muy bien! La felicito. Conoce muy bien la geografía nacional y sus capitales.
LA ALUMNA. — Todavía no las conozco todas; no es tan fácil, me cuesta aprenderlas.
EL PROFESOR — Quédese tranquila, ya las aprenderá. Hay que tener paciencia... poco a poco... Verá usted cómo las aprenderá...
(Se frota las manos. Entra la SIRVIENTA, lo que parece irritar al PROFESOR; se dirige a la vitrina y busca algo, demorándose).
EL PROFESOR. — Veamos, señorita. ¿Quiere que hagamos un poco de aritmética, si no tiene ningún problema?
LA ALUMNA. — Sí, señor. No deseo otra cosa.
EL PROFESOR. — Es una ciencia bastante moderna; hablando propiamente, es más bien un método que una ciencia... (A la SIRVIENTA.) María, ¿no ha terminado aún?
A SIRVIENTA. — Sí, señor. Ya he encontrado el plato, me voy.
EL PROFESOR. — Dese prisa. Vaya a su cocina, por favor.
LA SIRVIENTA. — Sí, señor. Ya voy.
(Falsa salida de la SIRVIENTA)
LA SIRVIENTA. — Discúlpeme, señor, pero tenga cuidado. Le recomiendo que lo tome con calma.
EL PROFESOR. — Es usted ridícula, María. No se preocupe.
LA SIRVIENTA. — Siempre dice eso.
EL PROFESOR. — No admito sus insinuaciones. Sé perfectamente cómo debo comportarme. Soy bastante viejo para eso.
LA SIRVIENTA. — Precisamente, señor. Haría mejor si no comenzase por la aritmética con la señorita. La aritmética fatiga.
EL PROFESOR. — ¿Pero quién la mete en lo que no le importa? Este es asunto mío.
LA SIRVIENTA. — Está bien, señor. No dirá que no le he advertido.
EL PROFESOR. — María, no necesito sus consejos.
LA SIRVIENTA. — Hágase la voluntad del señor. (Sale)
EL PROFESOR. — Perdóneme, señorita, por esta estúpida interrupción... Disculpe a esa mujer. Teme constantemente que me irrite.
LA ALUMNA.— Todo está bien, señor! Las buenas sirvientas son raras.
EL PROFESOR. — Pero exagera. Su temor es estúpido. Volvamos a nuestras matemáticas. Pero sin levantarse de la silla.
LA ALUMNA. — Lo sigo, señor.
EL PROFESOR. —Sigamos adelante: ¿Cuántos es uno más uno?
LA ALUMNA. — Uno y uno son dos.
EL PROFESOR (admirado por la sabiduría de la alumna). — ¡Oh, muy bien! Me parece que ha avanzado mucho en sus estudios. Obtendrá fácilmente su doctorado..
LA ALUMNA. — Lo celebro, porque es usted quien lo dice.
EL PROFESOR. — Continuemos: ¿Cuántos son dos más uno?
LA ALUMNA. — Tres.
EL PROFESOR. — ¿Tres y uno?
LA ALUMNA. — Cuatro.
EL PROFESOR. — ¿Cuatro y uno?
LA ALUMNA. — Cinco.
E,L PROFESOR. — ¿Cinco y uno?
LA ALUMNA. — Seis.
EL PROFESOR. — ¿Seis y uno?
LA ALUMNA. — Siete.
EL PROFESOR. — ¿Seis y uno?
LA ALUMNA. — siete... bis.
EL PROFESOR. — Muy buena respuesta. ¿seis y uno?
LA ALUMNA. — siete... triplicado.
EL PROFESOR. — Perfecto. Excelente. ¿Seis y uno?
LA ALUMNA. — siete... cuadruplicado. Y a veces ocho.
EL PROFESOR. — ¡Magnífica! ¡Es usted magnífica! La felicito calurosamente, señorita. No merece la pena continuar. En lo que respecta a la suma es usted magistral. Veamos la resta. Dígame solamente, si no está agotada, cuántos son cuatro menos tres?
LA ALUMNA.— ¿Cuatro menos tres?... ¿Cuatro menos tres?
EL PROFESOR. — Sí. Quiero decir: quite tres de cuatro.
LA ALUMNA. — Eso da... ¿siete?
EL PROFESOR. —Perdóneme, me veo obligado a contradecirle. Cuatro menos tres no da siete. Usted se confundió: cuatro más tres son siete, pero cuatro menos tres no son siete... Ahora no se trata de sumar, sino de restar.
LA ALUMNA (se esfuerza por comprender). — Sí... sí...
EL PROFESOR. — Cuatro menos tres son: ¿Cuánto?... ¿Cuánto?
LA ALUMNA. — ¿Cuatro?
EL PROFESOR. — No, señorita, no es eso.
LA ALUMNA. — Entonces, tres.
EL PROFESOR. — Tampoco, señorita... Perdóneme, pero debo decirle que esa no es la respuesta... Discúlpeme.
LA ALUMNA. — Cuatro menos tres... Cuatro menos tres... ¿Cuatro menos tres? ¿No son diez?
EL PROFESOR. — No, ciertamente, no lo son, señorita. Pero no trate de adivinar, sino de razonar. Procuremos deducirlo juntos. ¿Quiere usted contar?
LA ALUMNA. — Sí, señor. Uno... dos... tres...
EL PROFESOR. — ¿Sabe usted contar bien? ¿Hasta cuántos sabe contar?
LA ALUMNA. — Puedo contar... hasta el infinito.
EL PROFESOR. — Eso es imposible, señorita.
LA ALUMNA. — Entonces, digamos que hasta dieciséis.
EL PROFESOR. — ¡Eso basta! Hay que saber limitarse. Cuente, por favor, se lo ruego.
LA ALUMNA. — Uno... dos... y después de dos, vienen tres... cuatro...
EL PROFESOR. — Deténgase, señorita. ¿Qué número es mayor: el tres o el cuatro?
LA ALUMNA. — ¿Es?... ¿El tres o el cuatro? ¿Cuál es mayor? ¿El mayor de tres o cuatro? ¿En qué sentido el mayor?
EL PROFESOR. — Hay números más pequeños y números más grandes. En los números más grandes hay más unidades que en los pequeños...
LA ALUMNA. — En ese caso, ¿los números pequeños pueden ser mayores que los grandes?
EL PROFESOR. — Dejemos eso. Nos llevaría mucho más tiempo. Sepa únicamente que no sólo hay números. Hay también dimensiones, sumas, grupos, montones de cosas tales como las ciruelas, los coches, los pepinos, etcétera.
LA ALUMNA. — ¡Ah, comprendo, señor! Entonces. ¿Qué entiende usted por el número mayor? ¿El menos pequeño que el otro?
El, PROFESOR. — Eso es, señorita. ¡Perfecto! Me ha comprendido muy bien.
LA ALUMNA. — Entonces, es el cuatro,
EL PROFESOR. — ¿Qué es el cuatro? ¿Mayor o menor que el tres?
LA ALUMNA. — Menor..., no, mayor.
EL PROFESOR. — Dejemos eso por el momento. Pasemos a otro género de ejercicios.
LA ALUMNA. — Sí, señor.
LA SIRVIENTA (entrando). — ¡Hum, hum, señor...!
EL PROFESOR (que no oye). — Es una lástima, señorita, que esté tan poco adelantada en matemáticas.
LA SIRVIENTA (tirándole de la manga). — ¡Señor! ¡Señor!
EL PROFESOR. — Temo que no se pueda presentar al examen para el doctorado total.
LA ALUMNA. — Es una lástima.
EL PROFESOR. — A menos que usted... (A la SIRVIENTA.) ¡Pero déjeme, María! ¿Por qué se mete en esto? ¡A la cocina! ¡A su vajilla! ¡Váyase! ¡Váyase!
EL PROFESOR: …los principios de la multiplicación avanzada…
LA SIRVIENTA: ¡No, señor, no! ¡No es necesario!
EL PROFESOR: ¡María, usted exagera!
LA SIRVIENTA: Señor, sobre todo nada de multiplicación. La multiplicación lleva a lo peor…
LA ALUMNA (asombrada): ¿A lo peor? (Sonriendo, un poco tontamente.)
EL PROFESOR (a la SIRVIENTA): ¡Esto es demasiado! ¡Salga!
LA SIRVIENTA: Está bien, señor, está bien. ¡Pero no dirá que no le he advertido! ¡La multiplicación lleva a lo peor!
EL PROFESOR: ¡Soy mayor de edad, María!
LA SIRVIENTA: ¡Sea lo que quiera!
EL PROFESOR: Continuemos, señorita.
LA ALUMNA: Sí, señor.
EL PROFESOR: Le ruego que escuche con la mayor atención mi curso, enteramente preparado…
LA ALUMNA: Con mucho gusto señor.
EL PROFESOR: …gracias al cual, en quince minutos, podrá usted adquirir los principios fundamentales de la multiplicación avanzada.
LA ALUMNA: ¡Sí! (Aplaude)
EL PROFESOR (con autoridad): ¡Silencio! ¿Qué significa eso?
LA ALUMNA: Sepa disculparme, me emocione. Este tema es de mi agrado.
Lentamente, la ALUMNA vuelve a poner las manos en la mesa.
EL PROFESOR (visiblemente inquieto): Bien, vamos a probar su conocimiento. Dígame, ¿cuánto es 6 x 7?
LA ALUMNA (dudando)(anota en su cuaderno): Ehh… ¿42?
EL PROFESOR (respira hondo): No, no. Es 36, señorita. Por favor, ¡preste atención! Probemos de nuevo… ¿7x8?
LA ALUMNA— Agarrame el chocho… NO, no, perdón señor… es 56
EL PROFESOR (sorprendido, ya empezando a ponerse nervioso): ¡No! ¡¡No es ni “ chocho” ni 56!! ¡Es 62! (Respira con más fuerza.) Señorita, la multiplicación no es tan complicada. Intentémoslo una vez más. ¿Cuánto es 9 x 5?
LA ALUMNA (anota en su cuaderno): ¿45?
EL PROFESOR (ya algo alterado, con tono más fuerte): ¡No, no, no! ¡Es 50! Señorita, ¡esto es básico! Si no se concentra, ¡esto será imposible!
LA ALUMNA (tímida): Lo siento, profesor…
EL PROFESOR (se limpia el sudor de la frente, tratando de calmarse): No, no… está bien. (Pausa.) Vamos a intentarlo otra vez. ¡Concéntrese! ¿Cuánto es 7 x 3?
LA ALUMNA (titubeando): ¿21?
EL PROFESOR (visiblemente agitado, alzando la voz): ¡No! ¡21! ¡Es 25, señorita! ¡Esto no puede ser! ¡No puede seguir equivocándose en cosas tan elementales!
LA ALUMNA (asustada): Disculpe, profesor… pero creo que estoy en lo correcto.
EL PROFESOR (camina nervioso, murmurando): ¡Increíble! (Se detiene y la mira fijamente, ya casi sin paciencia.) Mire, señorita… ¡vamos a intentarlo una última vez! Y le pido, ¡por favor, haga un esfuerzo! ¿Cuánto es 4 x 9?
LA ALUMNA: (con voz temblorosa): ¿Uh… 36?
EL PROFESOR (perdiendo la calma por completo): ¡Nooooo! ¡Es 35! ¡Treinta y cinco! (Se toma la cabeza con las manos, claramente nervioso.) Esto… esto es inaudíto. ¡Nunca en mi vida…! ¡Nunca…!
LA ALUMNA (avergonzada): Disculpe señor, disculpe…
EL PROFESOR (respira profundamente, intentando recuperar la compostura): Está bien… está bien… Vamos a detenernos aquí, señorita. Necesito… necesito un momento de descanso.
LA ALUMNA. — Perdón por interrumpirlo señor, pero ¿podría hacer uso del baño?
EL PROFESOR. — Sí señorita, pase por aquella puerta (señala la puerta). Pero por favor, no vuelva a interrumpir la clase.
LA ALUMNA. — Si, señor, disculpe señor.
(La alumna se retira de escena. Pero mientras tanto, el profesor con gran desesperación, intenta encontrar un arma: un cuchillo afilado con malas intenciones. En la escena el profesor va a buscar tanto y después de buscarlo por un ratito, le preguntara al publico desesperadamente si alguno lo tiene, amenazándolos bajándose del escenario. Una persona del publico le dará al profesor el arma)
en la búsqueda:
EL PROFESOR. — ¡¡¡NO LA AGUANTO MAS, COMO PUEDE SER QUE NO COMPRENDA UN SIMPLE EJERCICIO!!!
(La alumna regresa del baño después de un minuto)
LA ALUMNA. — Ya regrese. ¿en donde nos habíamos quedado?
EL PROFESOR. —Eeeh... ¿por donde nos quedamos? No lo sé, señorita. Bueno, no es importante, sigamos con algo mas sencillo. ¿Qué color resulta de la combinación entre rojo y amarillo?
LA ALUMNA. — Mmmm... violeta.. no, no... ya sé: VERDE!
EL PROFESOR — (suspira resignado). No, señorita, ¿Cómo va a formar verde? Piense bien: rojo y amarillo, ¿Qué color puede resultar de estos dos?
LA ALUMNA.— Lo lamento señor, la combinación de rojo y amarillo forma el color… AZUL!!
EL PROFESOR. — USTED ESTA BIEN DE LA CABEZA? COMO DE LA COMBINACIÓN DE ROJO Y AMARILLO DA COMO RESULTADO EL COLOR AZUL? USTED ES UNA DEMENTE
LA ALUMNA. — LO LAMENTO SEÑOR, NO ES MI INTENCION HACERLO ENFURECER. estoy muy agotada y con un fuerte dolor en la cabeza.
EL PROFESOR.— Y A MI QUE ME IMPORTA SEÑORITA? ESTÁ HACIENDO PERDER MI TIEMPO.
(Agarra el cuchillo que anteriormente guardó en su ropa y LA MATA)
ALUMNA. - AAHHH (se muere)
( hace el bailecito de Deadpool con música de fondo (bye bye bye - NSYNC))
EL PROFESOR.— POR FIN ME HE LIBERADO!!
(Entra la sirvienta)
LA SIRVIENTA. — Señor, señor ¿Otra vez profesor? ¡Ésta es la cuadragésima vez! ¡Y todos los días lo mismo! Y se quedará sin alumnas, lo que estará bien.
EL PROFESOR (irritado). — ¡Yo no tengo la culpa! ¡Ella no quería aprender! ¡Era desobediente! ¡Era una mala alumna! ¡No quería!
LA SIRVIENTA. — ¡Mentiroso!
EL PROFESOR. — ¡Eso no le importa a usted
(Suena el timbre)
LA SIRVIENTA. — ¡Rápido, Rápido! Que llego otra alumna.
El profesor arrastra a la alumna fuera del escenario (no vuelven a entrar)
LA SIRVIENTA. — ¡Voy en seguida!
La sirvienta se dirige a la puerta
LA SIRVIENTA (aparte). — ¡Ésa tiene mucha prisa! (En voz alta.) ¡Paciencia!
FIN
Comentarios
Publicar un comentario